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Santo del día Beata Alejandrina Da Costa 13 de Octubre


“¿Quieres encontrarme, hija mía? Búscame en tu corazón y en tu alma, ahí habito tu corazón como en mi tabernáculo. ¡Si supieras cuánto me consuelas y cuánto socorres a los pecadores con sólo decirme que eres mi víctima”, le dijo una vez Jesús a la Beata Alejandrina Da Costa, quien vivió en éxtasis la pasión de Cristo.

Alejandrina nació en Balasar, provincia de Oporto y Arquidiócesis de Braga (Portugal) el 30 de marzo de 1904, y fue bautizada el 2 de abril siguiente, Sábado Santo. Fue educada cristianamente por su madre, junto con su hermana Deolinda. Alejandrina permaneció en familia hasta los siete años, después fue enviada a Póvoa do Varzim donde se alojó con la familia de un carpintero, para poder asistir a la escuela primaria que no había en Balasar. Allí hizo la primera comunión en 1911, y el año siguiente recibió el sacramento de la Confirmación que le administró el Obispo de Oporto.

Después de dieciocho meses volvió a Balasar y fue a vivir con su mamá y hermana en la localidad de “Calvario”, donde permanecerá hasta su muerte.

Comenzó a trabajar en el campo, teniendo una constitución robusta: tenía a raya a los hombres y ganaba lo mismo que ellos. Su una adolescencia fue muy vivaz: dotada de un temperamento feliz y comunicativo, era muy amada por las compañeras. Sin embargo a los doce años se enfermó: una grave infección (quizá una tifoidea) la llevó a un paso de la muerte. Superó el peligro, pero después de esto su físico quedará marcado para siempre.

Por preservar su virginidad, a los 14 años se arrojó de la ventana del segundo piso de su casa, ante la amenaza de unos malintencionados que se metieron a la fuerza para abusar de ella, su hermana y una amiga.

El golpe le causó después una parálisis total que la obligó a estar en cama por el resto de su vida. Más adelante se ofreció a Cristo como víctima por la conversión de los pecadores, por amor a la Eucaristía y por la consagración del mundo al inmaculado Corazón de María, mensajes fundamentales de Fátima.

Del viernes 3 de octubre de 1938 al 24 de marzo de 1942, o sea por 182 veces, vivió cada viernes los sufrimientos de la Pasión. Alejandrina, superando su estado habitual de parálisis, bajaba del lecho y con movimientos y gestos acompañados de angustiosos dolores, reproducía los diversos momentos del Vía Crucis, por tres horas y media.

Los últimos 13 años de su vida no probó alimento, ni bebida y tan sólo se mantuvo de la Comunión. Entregada a la vida de oración y ayuno, en 180 ocasiones experimentó místicamente la pasión de Cristo con mucho sufrimiento.

Miles acudían a su lecho para recibir de ella palabras de consuelo y se hizo Cooperadora Salesiana.

El 13 de octubre de 1955, aniversario del “milagro del sol” que se produjo en Fátima 38 años antes, partió a la Casa del Padre. Antes de morir dijo: “No pequen más. Los placeres de esta vida valen nada. Reciban la Comunión; recen el rosario todos los días. Esto, lo resume todo”, “Soy feliz, porque voy al cielo”.

A pedido de la Beata, quedó escrito en el epitafio de su tumba la siguiente inscripción: “Pecadores: Si las cenizas de mi cuerpo pueden ser útiles para salvarte, acércate. Si es necesario pisotéalas hasta que desaparezcan, pero no peques nunca más. No ofendas más a nuestro amado Señor. Conviértete. No pierdas a Jesús por toda la Eternidad. ¡Él es tan bueno!”.

San Juan Pablo II la beatificó en el 2004 y en aquella ocasión señaló que “en el ejemplo de la beata Alejandrina, expresado en la trilogía ‘sufrir, amar y reparar’, los cristianos pueden encontrar estímulo y motivación para ennoblecer todo lo que la vida tiene de doloroso y triste con la mayor prueba de amor: sacrificar la vida por quien se ama”.

“Amar, sufrir, reparar” fue el programa que le indicó el Señor. Desde 1934 –por mandato del padre jesuita Mariano Pinho, que la dirigió espiritualmente, hasta 1941– Alejandrina ponía por escrito todo lo que cada vez le decía Jesús.

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